La incertidumbre pasa a ser una certeza. La espera se transforma en esperanza. Los 143 mecenas que habéis colaborado en este proyecto sois, en buena medida, responsables del estado de ilusión que me invade.
Ahora comienzan realmente a transcurrir "Las horas invisibles". Miro hacia adelante e intuyo meses de viajar para mostrar el trabajo, de entrevistas para radio y prensa escrita, de recibir vuestras valoraciones del disco, de conciertos en los que me arropará el calor cercano de vuestra presencia... Anticipo todo esto a sabiendas de que será aún mejor de lo que imagino. Me siento orgulloso del resultado y con muchísimas ganas de mostrarlo, de compartirlo.
Regresar a las ciudades donde se me espera, llegar por vez primera a algunas y sorprenderme, vestir el repertorio con una banda en alguna presentación que otra, poder colaborar con otros músicos, regresar a casa lleno de experiencias y aprendizajes... Seguir por el camino iniciado, persiguiendo al conejo blanco, madriguera

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En la primera entrada del blog os hablé del origen de "La horas invisibles", del momento exacto en que verbalizo la decisión de hacer este disco. Ahora siento que me toca hablaros, intentando ser lo más preciso que pueda con mi lenguaje escrito, de qué son para mí "Las horas invisibles".
Empecemos por el final, por la imagen que veis. Alicia tiene que decidir si sigue al conejo blanco y se adentra en la madriguera. Si bien fue Martín Acosta, el diseñador del arte del cd, quien me hizo visualizar esta escena, es algo que ha estado latente desde el principio. Wonderland o "Lo invisible". Neo frente a Morpheo. Pastilla roja o azul. Matrix o realidad.
Hay instantes en que sientes que te habitas. Te has desdoblado y ves desde fuera y a la vez desde dentro a ése al que todos llaman por tu nombre. Has entrado en la madriguera y, de repente, aparece un mundo que no se rige por las leyes de la lógica ni la razón. La cosas entonces son o no son. Nada tiene dos caras, como no la tienen las

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Están en el centro de la pista de baile. Los camareros barren el suelo y se van encendiendo las luces. A ellos les da igual, no se enteran. Se mueven despacio, en círculos. Hace ya unos minutos que no suena la música. Ella tiene la cabeza apoyada sobre el lado izquierdo del pecho de él, justo en el hueco al que dan lugar la cercanía de cuello y hombro. Nadie va a molestarles durante el rato en que el personal termina de limpiar, hacer caja y llenar cámaras.
Se puede acabar la música, pero ellos no deben dejar de moverse. Eso piensan, deslizándose a cámara lenta, con los ojos cerrados. Porque si no, el mundo se para. Se sienten el motor de un reloj de dimensiones universales. No pueden parar, todo depende ellos. Después es una palabra demasiado grande a estas alturas del amanecer que se avecina. Mejor bailar. Todo estará bien mientras nos movamos. Ella le besa suavemente en el cuello y él acaricia la nuca descubierta bajo su corta melena rubia.
Soy toda tuya si llevas el ritmo, le

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Llegaba al bar rozando la hora de cierre. Así fue durante un año; en ocasiones, semanas completas. Desaparecía a intervalos, pero terminaba por volver a su rutina nocturna y solitaria, que acabó siendo compartida. Tan sólo una vez me indicó lo que deseaba beber. Desde entonces, le servía lo suyo al poco de verlo aparecer. Se acobada silencioso en la barra mientras yo ponía boca abajo sillas y taburetes para poder barrer el suelo. Enseguida sacaba una libreta de su bolso de piel gastado y comenzaba a garabatear sin continuidad, levantando cada tanto la mirada del papel para dirigirla a ningún sitio. También una única vez me preguntó, bajada ya la persiana, si podía sentarse al piano.
Aprendí a fregar despacio, con idéntica y parsimoniosa cadencia a la de las melodías que le arrancaba, regalándome la falacia de estar cuarenta años atrás en The Troubadour. Esta ciudad no tiene orillas, ni se puede ya fumar en los bares. Sin embargo, me gustaba imaginar los rostros de Kerouac o Bukowsky

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"Las horas invisibles" iba a ser el título de una novela. Llegué a escribir un borrador del argumento y los personajes. Previamente, había sido el título de una canción que, sin embargo, a medida que fuimos produciendo temas se quedó fuera del repertorio, desplazada por alguna de las últimas composiciones pues nos parecían más redondas.
Pero hay un momento, un instante concreto en el que nace "Las horas invisibles" como proyecto discográfico. Me encontraba en Copenhague a mitad del pasado noviembre. Había viajado a este bello lugar para dar un par de conciertos. Imaginad el cuadro en tonos grises, pues os hablo del otoño escandinavo. Tras un intercambio de mensajes telefónicos que me generaron una tremenda rabia e impotencia, por el contenido de la conversación y por lo sesgado de la comunicación, decidí darme una ducha relajante. Bajo el agua se me ocurrieron un par de versos y los acompañé de una melodía, tratando de no olvidarla hasta secarme y poder agarrar la guitarra:
Desde la

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3 comentarios
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David Moya
Autor/a
Hola, Ruth:
Justo ayer leí tu nombre mientras preparaba la lista de envíos. La semana que viene lo haré a la dirección que me facilitaste en su día.
Disculpa la tardanza, pero es un trabajo lento pues sois más de 140 los mecenas. Pero tranquila, que ya casi está en camino.
Un saludo y gracias una vez más por tu colaboración.
David
Ruth
Buenos días, aporté 15€ para este proyecto y no me ha llegado todavía el CD. Quedo a la espera de que me digais algo. Un saludo.
Fabiola Ganivet_Cantautora
Suerte David!